
Estoy indignadísima. Hay algo que siempre he tenido claro y es que cuanto más bueno eres más sales perdiendo siempre. Es injusto, pero es así.
Tengo un primo de 12 años que es un trozo de pan, responsable, tímido, torpecillo, vamos, el típico que siempre le quitan el bocata en el patio del colegio, y así es, sus compañeros no dejan de meterse con él. Pues me acaba de contar mi tía que ayer estuvo de excursión y decidieron hacerle una broma: uno de sus compis le empujó y mi primo se cayó por un barranco. Evidentemente, el niño lo negó y dijo que mi primo se había caído solo, y ninguno de los compañeros que lo vio, fue capaz de echarle un cable y decir la verdad. Mi primo está bien, magullado por todo el cuerpo y dolorido como si le hubiesen dado una paliza, pero podía haber sido peor porque la altura del barranco era considerable. Lo triste es que le volverá a pasar, porque es bueno, no se mete con nadie, es estudioso, no se queja, y hoy en día lo que se lleva es machacar al débil, así eres más guay, así te haces respetar.
Me da mucha pena, ya no sólo porque es mi primo y la sangre tira, es que a mí siempre me ha pasado igual y sé lo que le puede afectar a un crío pasar por esas humillaciones. Toda mi vida he sido una buenaza y toda mi vida voy a estar pagando por ello. De pequeña, como era tan tranquilita y pacífica, me sentaban con los más malos (para neutralizarlos), había un niño que me mordía los mofletes y cada día salía con sus dientes marcados en mi cara… En otras ocasiones, me ponían con niños que me pegaban o me ensuciaban la bata o me quitaban las cosas, claro, pero era para neutralizarlos… ¿Nadie pensaba en el daño psicológico que me estaban haciendo a mí?
Crecí, me salieron granitos, me pusieron gafas y aparatos en los dientes, estaba fea, lo sé, pero por si acaso mis compis ya se encargaban de recordármelo. Agachaba la cabeza avergonzada y, cuando llegaba a casa, me metía en mi cuarto y me echaba a llorar. Me hace gracia que ahora recibo algunos mensajes en el Facebook de algunos de aquellos niños que hacían listas poniendo nota a las chicas según su belleza y a mí siempre me ponían un cero, queriendo que les acepte como amigos y diciéndome
“pero que guapa estás, cómo has cambiado!”. No he aceptado a ninguno. Quizás eran cosa de críos, pero a veces estas “cosas de críos” pueden hacer mucho daño y gracias a todo esto, he crecido como una persona llena de inseguridades y que, por mucho que ahora me digan cada día lo guapa que soy, nunca me lo creeré y esas inseguridades seguirán ahí.
Ahora que ya no tengo ni granos, ni aparatos en los dientes, ni me pongo las gafas aunque las necesite, muchas veces me dice la gente
“qué guapa vas, siempre tan coqueta, tan arreglada, cuánto te cuidas”, seguramente habrá algunos que piensen que soy superficial, pero no, simplemente hubo un día que dije “nunca más me va a llamar nadie fea”. Y acabo de contar algo que jamás había contado a nadie, pero no sé por qué hoy lo necesitaba.